HORA BRUJA / EL CANTO VIENE DE LOS ÁNGELES


Siempre divina, María Callas fue la estrella que reinó en lo más alto de  la ópera.

Quiero serenarme, me lo pide la mente, me lo pide el cuerpo, me lo pide el alma. Lo necesito. Es de noche, cuando aparecen las brujas buenas, las embriagadoras que te lanzan besos y sonrisas. Ha llegado mi hora y todavía no me he estabilizado. Presiento que el asunto va para largo, y no me resigno. Jamás me daré por vencido. Estoy en Biescas, solo, muy solo, en el salón de la casa de mi tía Cuqui, y el reloj de la iglesia ya ha dado las doce campanadas. La vida se me plantea al revés, que en vez de cerrar las pestañas  para avivar la imaginación, estas se abren de un modo asustadizo y comienzan los recuerdos acompañados de extraños y malévolos movimientos de rostro y manos. ¡Qué loco estás, Gabino! ¡No te aguanto! Vuelvo a cerrar los ojos y ahora sí, doy entrada a la imaginación plagada de sonrisas dulces y hechiceras. Bendita es la locura que empieza a apoderarse de mi y va a desviarse del surco recto. Empiezo a pasarlo muy bien. Hasta tal punto es así, que la luz de la luna se refleja sobre un piano negro y brillante que parece solicitar las caricias de unos dedos mágicos y darle así vida a Hoffmann, Chopin. .. Mi rostro se ilumina y mis ojos reciben el reflejo de la inspiración. Es el viejo piano siempre tan cuidado de la tita, que con tanta maestría llegó a tocar Blanca, solista habitual de prestigio, que durante sus estancias veraniegas daba conciertos en el pueblo y trataba de inculcar los múltiples valores de la educación musical entre los más jóvenes.

Me acompaña “Sultán”, mi viejo y afectuoso amigo ladrador, que no cesa de observarme con ciertos aires de inquietud. Me levanto del sofá y me acompaña un paso atrás hasta el  piano en medio de un silencio total,  y  con el perro sosegado.  Una caricia y le digo al animal: “eres inteligente” y buen chico, Sultán”.  El animalito que a veces supera con sus acciones la capacidad humana, observa que abro el instrumento. Mido la distancia que me separa de las teclas, ajusto ligeramente el asiento, pongo la mirada fija y pensante en mi frontal y por fin, después de agitar los dedos me siento dispuesto a combinar las notas del pentagrama. Parece que ha llegado el momento, y algo capullo ya me siento, más cuando de repente escucho una serie de tres ladridos desentonados. Le miro a mi compañero con cara de mala “milk” y nos volvemos al sofá para soñar, de momento despierto y después dormidos los dos el uno junto al otro, para disfrutar ambientalmente del legado de Blanca que siempre estará en la memoria de esta casa. Suena la Barcarola de los Cuentos de Hoffman, y por un momento me levanto, me llevo las manos al rostro, me acaricio la cara y trato de sujetarme como un equilibrista con el pie derecho, en el que a la altura de su rodilla pongo el pie izquierdo. El perrito me observa  y con el solitario apoyo equilibrista de las patas traseras me muerde en el pantalón haciéndome gestos para volver al diván y ponernos en la posición anterior, que tan cómoda nos había resultado. Un minuto de silencio, y Sultán la emprende a lametones y no es cosa de enfadar otra vez al pobrete. Así, hasta que llegan un par de nocturnos de Chopin y mi espíritu se eleva hacia las estrellas, mientras el otro animal (uno soy yo) se muestra calladito y receptivo en un sueño a dúo que nos resulta maravilloso, en nuestro camino hacia las estrellas.

Hay que subir más, y más hasta alcanzar esa cima de todos los sueños perseguidos, acercarme a un astro de la voz como no ha habido ningún otro. No dispongo de más medios para producir música que del piano que tocó Blanca de manera magistral. Sin querer y haciéndole un guiño a “Sultán”, que me mira como si el tonto fuera yo, mueve el rabo y me lo indica: “Gabino”, para llegar arriba del todo, te falta la compañía de María Callas”.Sí, ya he dicho que el animal es muy inteligente. Miro aun más hacia arriba, y la veo muy cerca de mi ataviada con una túnica blanca. Sí, a capella suena la mejor de las voces como no ha habido nunca. Me entran escalofríos de emoción cuando creo escuchar el aria de “Madame Butterfly”. Ya lo dijo Jean Cocteau: “El canto viene de los ángeles”.

 

MANUEL ESPAÑOL

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