El mundo de la música

BUENOS DÍAS, TRISTEZA

Cierro los ojos  y siento que estoy  preparado para agitar mi mente, miro hacia una nube que poco a poco me invade a la espera hacia no sé donde con los párpados  cerrados, mientras no siento otra cosa en mi entorno, que sombras que poco a poco se han de despejar alumbrándome para inexplicablemente y al final sentir el alivi- de mi tacto. No podía ser de otra manera, al darme cuenta que estoy ante un piano. Necesito también un micrófono hechicero y un amplificador de sonidos. Lo tengo. Solo me faltas tu, tus caricias, tu esencia que enamora pero que afortunadamente nunca se va de mi corazón. Hago un movimiento de inspiración profunda, sonrío pacíficamente con pasión y con toda la dulzura que soy capaz, y a lo lejos y en la obscuridad, comienza a brillar una figura soñadora ataviada por un vestido azul casi transparente, tapado tan solo por esa melena que hoy puede ser rubia y mañana negra y pasado pelirroja. Tu mirada marca el hechizo y la fuerza de atracción de los más poderosos imanes. Por fin has llegado. Alzo los brazos con las palmas de las manos abiertas y los dedos alargados. Me encomiendo a Simón Diaz, que no será precisamente un santo a la tradicional usanza, pero que en su momento escribió las más bellas canciones de ese amor que encandila. Hazte a la idea de que te llamas Margarita, y si no es así, cada vez que te llamo de tal manera, piensa que digo tu nombre. Hoy no podría ser de otra forma.

 

Estoy alegre, me levanto del asiento y entono el “do-re-mi-fa-sol-la-si-do”. No lo hago mal pero mi voz está hecha un asco, no así las notas que salen de mi piano, que son tocadas con el corazón. Me vuelvo a sentar, pero apoyado por ti, mi musa, es el propio Simón quien me presta su voz y hasta su maestría con el teclado. Es cuando comienza a sonar “Luna de Margarita”, vienes hacia mi, creo que noto tu aliento cálido y tu voz susurrante. .

¿Sueño, imagino?. El autor me releva y canta mientras decidimos bailar juntos, muy apretaditos, a la vez que me dices: “Me encantan los boleros, iluminan muchas verdades y me ponen tierna. Bésame con toda la pasión del mundo”. La emoción se me apodera y son los sueños los que por fin se hacen realidad, o por lo menos eso es lo que creo, que con intenciones firmes, pero con la escasa solidez con que se disolvería un gran bloque de hielo en el trópico.

De repente suenan unas danzas sureñas pletóricas de ritmo. Margarita, Katiuska, Lucrecia, Laura, o como quiera que se llame, porque siempre me referiré a mi musa, diga lo que diga, se mueve al más cimbreante ritmo caribeño, también para alterar mis pulsaciones cardiacas; pero cada vez se aleja en una atmósfera que ahoga el máximo placer. Me lanza besos y más besos en la distancia, pero progresiva y lentamente más lejanos, y eso me pone cada vez más estático, aunque no me de por vencido. Hay que correr tras ella y acortar distancias.  Conforme pasan los segundos, jadeo más y más, y lanzo  los más sonoros y desesperados gritos: “!Margaaa, Margaaa, no te vayas......!, volvámonos a Luna de Margarita, bailemos muy despacio y con ojos ensoñadores!”. “¡Margaaaaa, Marga,,,Margaaaa... no te vayas!”. Me doy cuenta que el piano ha desaparecido, que Simón Díaz no está, que no hay música, sino tan solo silencio. Así he comenzado a quedarme afónico, me paro, doy la  vuelta con máxima lentitud e inicio el retorno en un estado sudoroso y con fatiga; inclino la cabeza y lo hago muy estáticamente y con dolor. Me siento derrotado. Esta realidad no me gusta.

Despierto en la dura verdad mental, y más que un dulce ataque onírico me parece que he vivido una pesadilla.

Quiero cambiar ese final tan desagradable, y trato de volver a dormir, para ver si ella viene a mi lado. Pasan los minutos, creo que también las horas porque todo se me hace muy largo, y al final, casi sin darme cuenta, caigo en otro sueño, en esta ocasión un tanto extraño. También ataviada con un vestido negro y largo hasta los pies, me encuentro con la francesa Juliette Greco, la maravillosa diosa del existencialismo. Igualmente me mira de forma taladradora y me canta “Buenos días, tristeza”.

 

 MANUEL ESPAÑOL

 

 

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