HORA BRUJA / MI MUNDO HERMOSO Y SALVAJE EN LA TIERRA DE LOS HIMBA


Todos los vellos de mi cuerpo se erizan como escarpias. Siento la llamada del “tan tan”, de esos instrumentos que nacen en lo más profundo de la selva negra africana. ¿Dónde estoy en realidad? Lo mío es ignorancia pura y a la vez avanzo más y más ante la incertidumbre. El miedo se me apodera poco a poco. Mi vista y mi cerebro sufren de unas alucinaciones que atraen con inmensa fuerza hacia un mundo fascinante cargado de tinieblas y a la vez sobrecogedor. Pero no sé si soy víctima de un sueño desde el confort de  mi domicilio habitual rodeado de un alto grado de urbanita, que algunos confundimos con civilización avanzada. El caso es que dudo si despierto o quiero despertar para vivir a mi manera. La realidad, no sé si será exactamente verdad, pero me doy cuenta de que comienzo un despertar extraño sintiendo un asombro muy especial que no parece vaya a tener un final feliz con el que pueda llegar a encontrarme. Si es un sueño, prefiero no despertar.  Nuevos mundos, nuevas sensaciones. El caso es que ahora siento la necesidad de la presencia de Mukanda, un amigo de Namibia residente en Zaragoza, que ya ha asimilado la cultura occidental y habla un español muy fluido. Me había invitado a visitar y convivir con las gentes de su tribu durante unos cuantos días. “Son muy buena gente y te dan hasta lo que no tienen” me decía. “Lo pasaremos muy bien y una de mis hermanas es excelente cocinera. En mi tierra, así como en la tuya, las mujeres, además de muy bellas,  también saben conquistar por el estómago.  “Ten cuidado, quedas advertido ja, ja, ja.”.

Una zona desértica atravesábamos cuando un viento fortísimo nos cegó a la vez que propiciaba unas dunas cambiantes, que nos hicieron perder la orientación y a la vez encontrarnos cada uno en su plena soledad. Enronados de arena gritábamos nuestros nombres a la vez que perdíamos no sólo la capacidad visual, sino la auditiva. 

Sí, el miedo iba poco a poco en aumento, y así hasta que cesó la fuerza del viento y al cabo de unas horas de una angustia feroz podía divisar con nitidez, prácticamente total, un anhelado oasis lleno de efectos especiales. El sol presentaba un aspecto mágico y hechicero bondadoso que te absorbe, un cielo azul puro y cargado de hermosura me introducían en un mundo especial, con sonidos que se antojan musicales. 

Estoy en la selva enriquecida por una fauna y vegetación exótica de múltiples coloridos, siento también próximo el contacto simpático y cariñoso con unas gentes que diviso a lo lejos.  Así que comienzo  otear de nuevo el horizonte tan atrapador y tan abierto a sensaciones de todo tipo. Y sucede que por tan solo un momento vuelvo a ser víctima del pánico al observar a un pequeño grupo de danzantes con aires guerreros acompañados por sus típicos tambores o instrumentos que podemos imaginar como “tan tan”. “¿No serán caníbales?”, me pregunto a mi mismo. ¡Capullo de mi! No acabo de dar rienda suelta a esos nubarrones que me asaltan, cuando veo que uno de los guerreros de piel oscura  toma la delantera y poco a poco y con una nitidez total, grita con fuerza. “Gabino,Gabino, Gabinooooooo”. Casi me caigo del susto de la alegría que me invade en aquel momento, cuando distingo claramente a un sonriente Mukanda. Nos abrazamos fuertemente e intercambiamos unas cuantas bofetadas llenas de cariño juntando nuestras caras. “Acabas de llegar a las tierras de los Himba. Aquí tienes tu casa y tu familia”. Mi amigo me explica que conoce muy bien el terreno y que sabía que no iba a perderme. Nuevos abrazos, y de mis labios  me salían repetidas unas palabras de afecto: “¡Eres un cabritillo; so animal.” Nuevas risas  tan sonoras que los compañeros de mi amigo no entendían a santo de qué, pero con toda la certeza que las diversas formas de diversión estaban garantizadas”. 

Al poco se produce la integración entre los “himbas” y el amigo Gabino, con una cálida recepción en los alrededores de la rústica morada del jefe, que no es otro que el padre de Mukanda. Bailes, expresiones felices, y Gabino asombrado de la belleza de unas mujeres que llevan fama de ser las más guapas de África, y la hermana del amigo, una persona muy especial, lo refrenda. ¡Cuánta felicidad y ganas de guasa siento cuando vuelvo la vista atrás hacia aquellos momentos. Si se lo digo a mi Jimenita del alma, me dirá que soy un pajarito  muy fantasioso. Y la verdad es que algo de fantasma ya tengo. Pero también tengo mis verdades  y como amante de la vida que me refleja en las aguas de los oasis,  os diré que la gastronomía en este lugar y proximidades, tiene unas características muy especiales, como buenos artistas que son a la hora de cocinar de manera exquisita, las múltiples y copiosas variedades de platos con avestruz, antílope, cebra, jirafa, orix, kudu, cordero y ternera, entre otras.

Me piden que les haga un plato típico de la cocina española, y el amigo nativo dice que lo que más le gusta cuando está en España, son los huevos fritos con patatas y chuletillas. La verdad es que todos los comensales queríamos más de todo. “La próxima vez que venga me traeré todos los ingredientes para prepararos unas migas a la aragonesa.”

Ha llegado el momento de  la partida de regreso hacia España, y todo un grupo de mujeres con sus interminables y contagiosas  sonrisas portan ramos de flores y abalorios que se encargarán de transportarlos amables conductoras de la tribu, que conforme se acercan me da la impresión que les aumenta el grado de belleza. “No son para ti –dicen ellas-, tu eres muy feo. Te las hemos traído para que las luzca tu mujer, que  con toda seguridad es más hermosa que nosotras”. 

Dientes blancos, risas abiertas. Siento que las caricias de estas gentes son tan deliciosas que siempre están bañadas por  la ilusión de los Himba, una tribu,  posiblemente la más antigua de África, al norte de Namibia. 

Pero lo mío ha sido un sueño o una realidad? Es igual, lo cierto es que parte de mi ser ha quedado allí. Creo que lo entenderá Jimena.

 

MANUEL ESPAÑOL

 

 

 

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