HORA BRUJA / CON LA REINA DE INGLATERRA EN EL BUS DE MADRID

 

Soñar aviva la imaginación, es lanzar también tu mirada hacia el infinito, abrirse a múltiples sensaciones por las rutas de las estrellas fugaces en un espacio cubierto por  la ingravidez, que se extiende a través de  un mundo a veces surrealistamente loco, a veces felizmente abstracto y divertido, encontrándote brujitas guapas y reinas de corazones, y en otras circunstancias cegado por las tinieblas del subconsciente. Sea como sea, reconozco que soy un eterno soñador que se balancea por una noria caprichosa que nunca se puede manejar a voluntad, que jamás ordena  sus tendencias, que eso no seria soñar. Me gusta  gritar y cantar a la vida, al amor, a la amistad y a lo imaginariamente irracional, pero siempre buscando aunque sea a ciegas, que la existencia es un continuo buscar quemando etapas.

"Despierta, Gabino, pisa sobre la tierra  y baja de las nubes", me espeta el juicioso Pepito Grillo que tanto me persigue, como si de la pesada voz de mi conciencia se tratase. A veces, reconozco  que es oportuno, y en esta ocasión me recuerda que debo tomar el bus de la línea circular, ese que da vueltas y vueltas por la ciudad y que me ha de dejar precisamente en la Ciudad Universitaria. En otro momento y en otra circunstancia me hubiese enfadado, pero como me recuerda un deber urgente, no solo me callo, sino que le digo: "Gracias, Pepito. 

Hasta luego, cuídate".

Estoy en la parada correspondiente y observo que viene el autobús, que afortunadamente no he debido esperar mucho. El conductor me da los buenos días y me dice que pase, que por el momento tengo todo el bus para mi. Único pasajero, me siento plácidamente mientras noto que me embarga toda una plácida sensación de bienestar. Pero la dicha se interrumpe con brusquedad. El bus abre su puerta delantera y de pronto veo que entra una ancianita muy emperifollada, que luce una corona y simpáticamente me saluda con una sonrisa abierta y me dice "hello". Ante tal saludo me pongo en pie para corresponder al saludo de tan elegante dama y me doy cuenta de que es la reina de Inglaterra. Así, como se escribe y suena. El susto que me llevo es de tal impresión que me quedo pálido, si bien eso no ha sido mas el inicio. Que la dama no sé que habrá entendido cuando me he levantado, que no se le ocurre otra cosa que compartir conmigo el asiento de al lado. Le ayudo a quitarse el manto de armiño mientras ella se sujeta firmemente la corona por si acaso no soy de fiar, y un par de segundos después aparece un tipo muy alto perfectamente uniformado que porta una trompeta, después otro igual pero con clarinete, y llegan igualmente los trombones, los platillos, los saxos, y un pájaro con una batuta. Doña Isabel mueve un brazo, lo pone en alto, lo baja, y los uniformados ocupan el resto  de los asientos del vehículo.  Se hace el silencio y escucho la voz del conductor: "Jefa, ¿Puedo poner el bus en marcha?". Me atrevo y contesto: "me dice la Queen Elizabeth que cumpla con su trabajo". "Un placer", responde el otro. La reina está que se parte de risa, y hasta me da un suave golpe en la espalda, estableciendo el siguiente dialogo para besugos:

Reina.-Ja jajajajaja. ¿Me ha llamado jefa el conductor? Ustedes los españoles son muy divertidos.

Gabino.- ¿Pero Su Majestad habla español?.

R.- Lo hago en la intimidad, y el especial con mi pariente Juanito, el rey emérito, que es simpático y muy gracioso, y también con FelipeVI. Con Letizia no, que aun a pesar de ser muy buena chica está empeñada en hablar siempre en ingles. Me gusta el español y ¡Olé!" 

G.- ¿Y que hace usted aquí con sus soldados tan bien uniformados con esos gorros tan enormes ocupando todo el autobús?

R.- jajajajajajajaja ja. Detrás viene otro completo más grande, aunque llegamos en visita privada. Yo he subido a este porque en tiempos de crisis hay que ahorrar y los billetes aquí son baratos, mas que en el Reino Unido.

G.- ¿Es que ahora vamos a Palacio? Oiga, majestad, que yo tengo que bajarme en la Ciudad Universitaria.

R.- Usted tranquilo. Como vamos primero a casa de los Reyes, luego se queda este autobús para usted solito.

El caso es que Queen Elizabeth, que seguía de un risueño total, terminó explicándome que había conseguido el desvío sin mayor coste añadido, gracias a la botella de ginebra de máxima calidad que acababa de regalar al conductor al momento de subir al auto. No, si lo que no consiga una reina... Desde luego esta señora tiene un poder de convicción...

Pasan los segundos y hasta un minuto de mas. Nos miramos en silencio e intercambiamos sonrisas sin saber que decirnos. El caso es que como hay que hacer algo para descongelar ese estado de mudez que suele establecerse en determinados momentos entre reyes y plebeyos, ella vuelve a mirarme, lanza una sonrisa picaronamente divertida, me toma la mano derecha, la acaricia, me pongo colorado como un tomate maduro, cierro los ojos y digo para mis adentros: "Que sea lo que Dios quiera". Y un servidor que tan solo quería ir en autobús urbano  a la Ciudad Universitaria, de repente se encuentra haciendo manitas con la reina de Inglaterra. La "Queen" ya ríe mas abiertamente y me señala su necesidad de que yo le haga un favor muy personal; mientras, noto que se me agita el corazón, mi piel cambia de tono y se pone pálida. Eso de "un favor personal me llega al alma". "¿Le molestaría -señala la Queen- que que mis músicos soldados ensayasen un poco para perfilar su actuación ante la Familia Real española? Aunque mi visita sea privada, he querido obsequiarles con el buen hacer de esta Banda Real Británica". No sé decir que no y hasta pongo cara de alegría en señal de asentimiento. La buena señora saca un pito del bolso, sopla con fuerza, se hace el silencio, vuelve a levantar el brazo, los chicos se ponen en pie y en un instante comienza a sonar el himno de España en el bus urbano de Madrid. Nosotros dos nos ponemos también en pie con cara de respeto, y como al pájaro de la batuta le ha parecido detectar algún toque que no le ha convencido, repite de nuevo tres veces y cuando ya parece haber salido todo bien, nos volvemos a sentar Su Majestad y yo con los pies cansados. Le felicito a mi compañera de asiento, y como soy tan tonto y no aprenderé nunca, no se me ocurre otra cosa que preguntarle si su himno lo tocan con tanta maestría. La pregunta la ha escuchado igualmente el director, y un momento después comienza a a sonar por otras tres veces, el "Dios salve a la Reina". Vuelta a ponernos todos en pie, y se me apodera tanto la música, que no puedo evitar seguir los impulsos del director, agitando con genio los brazos, cerrando y abriendo las manos. El himno suena con una fuerza desmedida, dado que los chicos de la banda han preferido seguir mi batuta ante las risas nada disimuladas de la "Queen".

Los aplausos que recibo son impresionantes. Abro los ojos muy sonriente y me encuentro con el autobús parado, y al conductor dando palmadas encima de mis oídos. Le pregunto que si ya se han bajado la Reina y todos los músicos. "Me parece, señor, que ha estado soñando. El único pasajero que ha subido es usted, y como me ha dicho que iba a la Ciudad Universitaria, le aviso de que hace cinco minutos que hemos llegado. Ah, y dese prisa que debo continuar con mi trabajo". Así que paso a paso y con espíritu risueño sigo recordando mi aventura onírica con Queen Elizabeth. Cuando lo cuente me dirán que tengo una imaginación disparatada. Me viene a la memoria la frase de Pablo Ruiz Picasso: "Todo lo que puedas imaginar es real".

 

MANUEL ESPAÑOL

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