HORA BRUJA / ETERNO APRENDIZ DE SER HUMANO
A MI MAESTRO SABINO RUIZ JALÓN
En más de una ocasión comentamos la posibilidad de que entre nosotros hubiese de por medio una grabadora, y siempre lo dejábamos para el día siguiente. Lo hicimos muy mal, pero especialmente es a mí a quien cabe culpar. ¡Cuánta sabiduría transmitía Sabino Ruiz Jalón!, ¡cuanta sabiduría perdida y que no se ha podido publicar en su intensidad! Era un conversador, un comunicador sensible y genial, y yo tuve la suerte de gozar de su amistad más sincera.
Era una joya de la generación del 27, que a los 18 años comenzó a difundir sus conocimientos musicales sinfónicos, como crítico en el diario vespertino “La noche”. Tras de sí gozaba ya de una preparación muy especial, que se inició en la “Academia Vizcaína de Música”, pasando después al Conservatorio Superior de Bilbao, y tiempos más adelante, amplió estudios en París con Joseph Thibaud. Precisamente en el Conservatorio de Bilbao ejerció como profesor, y sus clases de Historia de la Música, eran las que mayor entusiasmo despertaban. También escribió tiempo en “El Liberal”, donde reafirmó esas condiciones que siempre quedaron reflejadas en su talante abierto y generoso. Es que, en contraposición a las corrientes carlistas, le llevaron a formar parte de un liberalismo de carácter abierto, tolerante y plural. Luego se integró en “La Gaceta del Norte”, así como en Radio Bilbao y Radio popular de Bilbao. En cualquier caso, pasear con él por las calles de Bilbao y participar en las tertulias en las que intervenía, me hizo ser testigo de momentos inolvidables, del cariño y el respeto que se le profesaba en todos los estamentos sociales e idearios políticos.
Mi amigo, mi maestro, al que también le unió una gran amistad con el Padre Donostia, era una autoridad internacional en la materia. A los 23 años había escrito “Cuatro preludios vascos”, obra con la que se alzó con el Premio Diputación de Guipúzcoa. También fue autor de dos zarzuelas y de composiciones tan celebradas como “El atalayero de Machichaco” y “Capricho Ibérico”, además de obras de cámara, ballet y sinfónicas. Tan sólo si se le preguntaba hababa de sí mismo y de la cantidad de anécdotas por él vividas, muchas de ellas alegres, y algunas tristes.
Había trabado amistad con personajes tan ilustres como Federico García Lorca, y ello le permitió disponer de sus obras completas, firmadas y dedicadas. Recuerdo que todavía se le humedecían los ojos al recordar el sentimiento por Federico, “hacia el que profesé gran admiración”, como él decía. La pena es que, a causa de la guerra civil, y por circunstancias jamás deseadas, todos los libros se perdieron de sus dominios, para no aparecer nunca jamás. Recuerdo un día que actuaba en Bilbao Nuria Espert, con la obra “Doña Rosita la soltera”, así se lo comunicaba a la propia actriz, quien también se unió a la cantidad de personas admiradoras de Sabino. Y él, tan serio, pero con un gran sentido del humor, cuando la sala estaba vacía, salió al escenario y tocó en el piano algunos de los compases de la música lorquiana, ante la emoción sentida por los miembros de la propia Compñía (Nuria Espert, Carmen Bernardos, Margarita Garcia Ortega, Antonio Vicó, entre otros) y por un grupo de entusiastas que gozamos del privilegio de estar ahí en ese momento tan inolvidable para nuestras vidas.
Por aquél entonces tenía la suerte personal de dirigir en el Hotel Ercilla, a través de la Sociedad el Sitio, una revista hablada. En cierta ocasión anuncié una página dedicada a “La simbología en García Lorca”, que iba a impartir un prestigioso profesor. En el momento de empezar, y como quiera que al conferenciante le surgió un imprevisto plenamente justificado, me quedé bloqueado y con la mente en blanco. Afortunadamente estaba entre el público Sabino Ruiz Jalón, y con toda mi caradura y la confianza que me daba gozar de su amistad, le dije: “Sabino, tienes que salir y hablarle al público de tu relación con el poeta”. Su contestación fue clara: “Manolo, esto es un atraco. ¿No me lo dirás en serio?”. Le contesté que completamente en serio. Y él, como era tan buena persona y tan bondadoso, y apreció mi cara de susto, accedió a mi petición. La intervención de mi amigo fue un éxito clamoroso, nos dejó a todos con la boca abierta en señal de admiración tras su improvisada charla. Hasta la propia Susana Estrada, actriz sexi que estaba en pleno apogeo y que intervenía después, lo primero que hizo (serpiente en mano) felicitar al maestro.
Con él viajé a Bergara con motivo de un homenaje de reconocimiento que se le hacía allí, y que tuve la suerte de presentarle en un teatro de dicha población. Nunca había visto nada tan emotivo y con tanto sentimiento. Allá donde fuese despertaba admiración Y él, tan humilde. Cultivaba la amistad con las grades figuras de la ópera, como Luciano Pavarotti, que solía visitarle de vez en cuando en el “bocho”, personajes de la talla de Plácido Domingo, Alfredo Kraus.
En cierta ocasión le escuché mientras conversaba con Guillermo Marín, un auténtico actor contemporáneo suyo, de los que mejor ha interpretado a García Lorca. Aquello fue una delicia, un derroche de buen humor, y también de un poco de nostalgia.
Nostalgia y mucho cariño es lo que siento hacia la figura de Sabino Ruiz Jalón, un maestro, un amigo al que le debo mucho, muchísimo. Si la riqueza de las personas se midiese por la calidad de los amigos, sólo con pensar que lo he sido de él, me considero que he sido, y lo soy, porque todavía se encuentra en mi interior, la persona más rica del mundo.
MANUEL ESPAÑOL
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