HORA BRUJA / BAILE EN EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

    Desde la Puerta del Sol hasta la entrada principal del Congreso de los Diputados, no es mucha la distancia para caminar y soñar, por ejemplo, que este Gabino amigo de algunos de los que se sientan en las bancadas de los diputados, está inmerso en una excursión urbana, rodeado en todo  momentos de ruidos de coches, camiones y hasta aviones reactores. Para hacerme en cierta manera el sordo, me pongo los cascos auditivos y me centro en el calmante  y dulce  vals de Shostakovich. Tan feliz que me encuentro así, comienzo a bailar rítmicamente dando vueltas a mi mismo sin vergüenza alguna, de tal manera que llego a la puerta de acceso interior y puestos los brazos en cruz, casi abofeteo a uno de los miembros de la Policía nacional, que rápidamente pone la culata del fusil para asustarme. Total, que el vals enmudece y un servidor se queda pálido. “Perdone usted, señor ¡Armado!, que no he venido con malas intenciones”, y le explico las razones de mi proceder, que no parece que cuelen ni mucho ni poco. Afortunadamente, uno de los vigilantes que estaba al lado, dice conocerme muy bien, “que soy amigo suyo de Biescas y se llama Gabino “el amolao”, que tengo un permiso escrito firmado por la señora presidenta para pasar al hemiciclo con mi cámara. Así que tu Gabino, ya debes y puedes enseñar a mi compañero, todos los permisos, que ya sabes que la ley es la ley, y de ésta no se salva nadie. Carcajadas policiales que me aconsejan a coro con la mejor de sus sonrisas, eso de “adelante, sé valiente pero no te pases.

Una vez dentro, veo que están todos los asientos ocupados, por lo que un ayudante  invita a sentarme en uno de los escalones, dándose la coincidencia de que me coloco al lado del escaño de Pedro Sánchez. Como soy una persona educada, le pregunto al señor presidente a modo de saludo y para deshacer el nudo inicial: “me llamo Gabino y a Su Señoría ya puede imaginar los motivos de que no le pregunte por su nombre”. El presi, que se ríe tapándose la boca y haciéndome señas a la vez, para que me calle. Este hombre parece simpático y no es mal bicho. Me tomo nuevas confianzas y le pregunto por dos veces que si podré hacer uso de la palabra, y su respuesta se traduce con unos gestos de movimientos de hombros que no sé cómo interpretar.

A todo esto en uno de esos turnos de ruegos y preguntas, a una diputada independentista y defensora del orden que ella considera establecido, pone muy mal al presidente del Gobierno y le llama de todo; que mal educada, a este hombre que me ha sonreído y que con tanta suavidad me ha  dirigido la palabra. Que esto al señor Sánchez, tan educado él, no se le falta al respeto, y por supuesto, no se le llama mentiroso. “En política y en la vida privada no hay que faltar a nadie y entre nadie. Si respetas serás respetado. ¡Vamos, que hasta ahí podíamos llegar”.

Ante esta situación, el Congreso de los Diputados se pone como suele ser habitual, como un gallinero. La presidenta dice que me calle, que no me han dado la palabra. Así que considero  que lo más prudente es marchar con la excusa de que “no quiero interferir más, y como tengo mucha prisa por ir a los lavabos, me voy”. Vuelve la paz y una vez realizadas necesidades fisiológicas, regreso al hemiciclo y me siento de nuevo en la escalera y al lado de Pedro Sánchez, donde me aguardan tres miembros de las Fuerzas Armadas. Y yo que empleo toda mi sonoridad posible .pido de nuevo hacer uso de la palabra, pero como les veía venir a mis perseguidores, me echo a correr por los pasillos hasta poder colarme entre los leones de la entrada, llegar hasta el Jardín Botánico y confundirme entre las plantas. 

 

MANUEL ESPAÑOL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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