HORA BRUJA AL VERANO DIJE ADIÓS

Foto.: M.E.

Al verano dije adiós y comenzaron a caer las hojas otoñales cargadas de hermosos colores y acompañadas de una climatología sumida en la incertidumbre. Es cuando sonaba la música y  la brujería interpretativa de Yves  Montand haciendo revivir a las hojas muertas. Me emociono ante este “milagro” de la naturaleza, que muy poco después da paso a este inminente invierno que combinará el progresivo frío con alguna humedad en forma de lluvia, aunque a veces se suavice para dar paso a la nieve, de manera muy especial en las montañas. Claro, que también ataca a veces la humedad por más que hagamos de vez en cuando alusiones a unos vientos gélidos y…  ¿anormalmente húmedos? Así suceden alternancias de temperaturas, y en ocasiones con brutales cambios. Unas veces se sonríe, y otras se agitan esos tiempos que a veces propician malestares de cabeza que llenan de acritud  y de todo tipo de genios ese motor humano tan sensible y originario de dichas y desdichas. 

“Me voy a volver loco” es una frase que suelo repetir varias veces a lo largo de año, que no reproduzco  textualmente porque soy una persona que se tiene por educada y de buen gusto. Piensen también algunos de ustedes, que me califico de esta manera porque a veces debo admitir que soy un tarado surrealista que odia el frío excesivo en invierno, que por el contrario otro tanto sucede si se trata del calor en verano. Siempre, siempre, me encuentro esperando los cambios; aunque como dice el refrán, nunca llueve ni  nieva al gusto de todos.

Ayer hablé con una buena amiga argentina, entusiasmada “porque aquí esperamos felices  el calorcito, que ya hemos sufrido el intenso frío de agosto. Y si queréis, venid vos hasta acá y disfrutáis de mi Córdoba natal, una ciudad muy linda y hospitalaria. Tu  y tu señora estáis invitados”. Sonrío sonoramente y a Carmen le envío por vía telefónica un tren de muy largo recorrido cargado de cariño.

Estoy en Zaragoza preparado, aunque no siempre propicio  para la entrada en el invierno europeo, ese tiempo que nos hace temblar ante  temperaturas gélidas y que llama ya a nuestras puertas que se van a abrir de una manera muy inocente, y más cuando el cierzo haga su aparición en tierras aragonesas  y se canalice bestialmente por el Ebro y haga volar a árboles y personas, produciendo catastróficas consecuencias y extendiendo la fama de Zaragoza como Ciudad del Viento. Sí, sí, que cuando sopla Eolo y algunos de ustedes se hallan decididos  a pasar por el Puente de Piedra, ya pueden sujetarse bien los sombreros, boinas y agarrarse a las primeras farolas a su alcance, si no quieren saltar a las aguas en un vuelo que les depositará allá donde no les de tiempo al sufrimiento de hipotermias que hacen su efecto a la velocidad de un rayo.

“¡Qué brutos sois los aragoneses, que eso que afirmas no será para tanto!”, me indicaba un noblote y salchichero colega alemán llamado Otto, también muy guasón en su forma de ver y de calificar las situaciones más endiabladas. Durante unos días llegamos a convivir en mi casa del Pirineo aragonés y hablamos de todo. Le llevé después a la capital aragonesa y fuimos al  templo del Pilar cuando casi se baña en las aguas del Ebro, y aun en temporada cálida soplaba y daba la coincidencia de que el cierzo estaba haciendo una de sus exhibiciones, siendo él la víctima que le hizo volar su gorra visera  anti sol de una manera irrecuperable y… lógicamente no había quien tuviese el atrevimiento de intentar la recuperación. Tras dos horas de casi silencio y de dudas con algo de sonoridad, reanudamos nuestras conversaciones verbales y volvieron las sonrisas, aunque sin acuerdos. Aquello estaba sentenciado. Nuestra conversación sobre los vientos salvajes había concluido, entre otras causas gracias a la intervención de mi  Jimena, que llegó hasta nosotros poniendo una paz cargada de buen humor.

¡Ay San Valero el Ventolero!, y si quieren también pueden llamarle” el rosconero” al Patrón de Zaragoza!, incapaz de frenar o minar la intensidad de ese  ciclón, que bien aprovechado puede transformarse en una energía natural que arrastra, aunque no sé si precisamente resultará muy económica (la energía, claro). Pasamos por la calle Alfonso, el viento presenta una fuerza puntera, y al bueno de Ataulfo le sale volando el peluquín con una fuerza temible, hasta dejarle sin la mata de pelo tan minúscula que uno pueda imaginar. Mientras, todos los viandantes tratando de ayudar al afectado y tras una larga y cansina persecución, sin conseguirlo. Habrase visto…

Testigo directo de este incidente era el amigo Martin, un francés conocido nuestro que estaba de visita por esta tierra donde se canta y baila la jota, y que igualmente participó en la mencionada carrera, aunque eso sí, también empujado  hacia delante por las fuerzas eólicas naturales con sus 100 kilómetros por hora. Jimena y yo entablamos  una distendida conversación con él, quien con unos aires que según se mire, invitaban a la sonrisa, especialmente tras haberle recuperado su gorra invernal. 

El hombre, casi reverencialmente recogió la pertenencia de “Ataulfín” y quedó admirado de la gentileza de los españoles, “tan queridos en mi país y con quienes sentimos muchas afinidades”.  Muy diplomático y simpático el monsieur también hizo exhibición de la ”grandeur” del país vecino y de su hermosa región de Provenza con olor al jabón Lavanda. “Allí tenemos un viento más fuerte que en Zaragoza”; ¿más fuerte? Bueno, “gabachín”, eso lo tienes que demostrar”. Así, desde el principio aceptamos el reto y al día siguiente tomamos el AVE en Zaragoza y nos dejó en Aviñón, donde se gesta el viento denominado mistral, así hasta Marsella. Durante el viaje hablamos de las mil y una  importancias comunes en nuestras respectivas tierras. Martin , empeñado en  su mistral, y este servidor de Dios y de ustedes, presumiendo de nuestra  heredada historia. “Nosotros en Aviñón tenemos un gran castillo que fue sede papal” decía el amigo galo. Cínico de mi, solté una risotada que no le hizo mucha gracia. “Pues los aragoneses llevamos allí un Papa, nacido en Illueca  (1328 fallecido en Peñíscola en  1423). Conocido como El Papa Luna, también  era tachado como  un anti papa que había adoptado el nombre de Benedicto XIII, era muy recto e insistente en grado máximo en sus convicciones, hasta el punto de que a través de él surgió la frase “mantenerse en sus trece”.

Tras hacer unas risas con Martin, decidimos cenar al aire libre en un restaurante que hay en la plaza donde se halla ubicada la gigantesca y denominada “sede papal”. Un maitre del lugar nos acomodó en una mesa muy bien adornada con esculturas de hierro para poner sobre los manteles, a fin de que no volasen los mismos. Jimena, muy amiga de la moda francesa, se sentó encima del sombrero que acababa de comprar, mientras que uno de los camareros se había fijado en el detalle de mi Jimena con su cubrecabezas tan chic y tan “bien planchado”. Martin no podía más de la risa, pero es que de la cena no había quedado nada. El mistral se lo había llevado casi todo. Por lo menos, el chef, muy amable y buen espectador, se había confabulado con nuestro amigo y a los comensales nos dijo que estábamos invitados. “Espero que no haya visto en nosotros malas intenciones. No se preocupen que ahora les repetiré nuestro menú, y estarán de nuevo invitados. Por favor, no me den las gracias, que este es un detalle que tenemos con todos los clientes que llegan hasta nosotros desde Zaragoza, que ya sabemos que allí también las pasan moradas por órdenes del mistral.

“Volveremos, Monsieur François, volveremos. En las Galias son ustedes muy amables”.

 

MANUEL ESPAÑOL

 




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