Foto: M. Español
Tal y como dice mi tía Cuqui, estoy como una cabra con mis ocurrencias un tanto surrealistas. Asegura también que tengo una imaginación desmedida pero con la brújula totalmente loca, vamos, de la que no sirve para nada. Reconozco que en el fondo nunca he sido practico, y que me dejo llevar mucho por el estado anímico de cada momento. Le explico todo ello a Jimena, que se parte de risa y dice que a la tita no le falta razón, pero que de tanto aguantarme se ha acostumbrado a como soy y hasta le divierte.. Vamos, que me toman todos por imposible, aunque sabedores de que no se me ocurren muchas maldades ya veremos algún día si toleran que vaya a mi aire. Así que extrovertido de mi, a veces me meto en unas aventuras en las que mi falta de vergüenza me permite gozar de momentos absurdamente deliciosos en mi propio interior, que pueden comenzar en las montañas de mi pueblo, pasar por la ciudad y acabar en sitios tan alejados como el Fujiyama, todo un símbolo sagrado del Japón de los emperadores, o en medio de una tribu selvática y salvaje con toques canibalescos, que mal gusto tendrían de haberme devorado...
Se da la circunstancia de que no hace muchos días… bueno, no tanto, estaba por el monte Arratiecho de Biescas, haciendo una pequeña ascensión libre y en solitario, y como aficionado al bello canto que soy, me puse a entonar, breves fragmentos de partituras que me entusiasman. Como creía estar plenamente aislado, di rienda suelta al acto de expulsar un gallo tras otro, hasta que me tropecé de repente con la señora alcaidesa, que iba acompañado de dos miembros de la Benemérita. Creí que me iban a detener por haber asesinado a Verdi, Mozart y Bellini, uno tras otro, y el caso es que tan bella demostración se la tomaron a broma. Como estaban de tanta guasa me preguntaron que si era capaz de pasarme a la jota. Así que me había topado con la autoridad, no supe decir que no, y tan solo me atreví a poner como condición que entonásemos una que conociésemos los cuatro. Que curioso, que de esta manera surgieron las primeras notas de Los labradores que llegaban de recoger el fruto de sus sudores, y eso ahora que los rusos no nos quieren comprar la fruta, pero los chinos nos venden sus mascarillas. Pues los putinescos se lo pierden, que en Aragón tenemos unos melocotones y unas manzanas... Al final, un pollito bien como yo, que a fin de cuentas no es un maleducado, al darme cuenta que mis ocasionales y fugaces compañeros de excursión observaban mi mochila, de la que asomaba tímidamente una bota de vino, les invité a un trago. Los guardias me dijeron que no, que les daba vergüenza, que estaban de servicio, pero la señora mandataria les dijo que entre ella y yo había una relación de confianza, que aunque chalado, el menda era de fiar. Allí que nos dirigimos, a un lugar con sombra y con una fuente de agua fresca que no fue necesaria.
La verdad es que la mochila que portaba era hermosa, y en ella cabía la mencionada bota de vino, un chorizo al completo que había sisado de casa sin que se enterase Jimena, un taco de jamón mediano comprado a escondidas tras salir de mi domicilio pelaire, y una barra de pan. No, si servidor estaba dispuesto a compartir generosamente por aquello de que las cosas bien repartidas se aprovechan se disfrutan mas y mejor, pero mis compañeros, que no tenían vicios menores, debían de continuar ruta para seguir de servicio, cuando ya me había acostumbrado a ellos y lo pasábamos tan amistosamente. Como me encontraba en un lugar paradisiaco, aproveché la buena sombra *nunca mala, por Dios, dispuesto a dar buena cuenta de las viandas que había dejado preparadas. No habían transcurrido ni cinco minutos de la primera hincada de dientes y pasaba un entrenador de fútbol de Primera División con sus ayudantes, de esos que se creen diosecillos, que con todo recochineo y desfachatez me dijo aquello de !buen hombre!, a mi, un apuesto v tranquilo veterano, y me preguntó por donde estaba el estanco mas próximo, por lo que con toda cachaza le indiqué que fuese con todos sus jugadores a la cima del Everest, preguntase allí, y se fumase uno de aquellos Celtas tan matarratas. Como aquellos graciosos llevaban un ritmo rápido, un tanto desilusionados me olvidaron a escape y me dije a mi mismo?:al fin soloooooooooooooo...., por lo que me puse a cantar a grito pelado eso de !las vacas del pueblo ya se han escapau, Riau Riau; y hadicho el alcaide que no salga naide, que no anden con bromas, que es un mal ganau, riau riau...!
Como la brújula musical *la otra también (me había abandonado, y de haber empezado con opera había pasado a unas jotas mal cantadas pero divertidas, tras dar buena cuenta y sin interrupción alguna de mi festín gastro-montañero salpimentado, los efectos del tinto me invitaron a festicular con los brazos abiertos y puesto encima de una roca me arranqué con el aria de la Tosca de Puccini !Adios a la vida¡. Pero no, uno se encontraba alegre y siempre he amado la existencia, por lo que casi de inmediato pasé al Libiamo o brindis de La Traviata, de Verdi, o ¿vamos, lo mejor tras haber acabado con vino de la tierra.
Una vez ya de regreso al pueblo, ese día me esperaba Jimena en un velador acompañada de un grupo de amigos, además de la tía Cuqui y tío Tan tomando unas cañas, me dijo que tenia aspecto de cansado, que tenia ojeras, que con el esfuerzo realizado se me había abierto mucho el apetito. Así que me pedí un cañón cervecero, y mi chica, Jimena, tan cariñosa ella, me había reservado unos pocos calamares fritos ¿pero como le dije que aun notaba el estomago vacío, me contestó aquello de que !hasta aquí podíamos llegar. Es que quieres engordar_! Y yo, sumiso, le dije la manida frase de !lo que tu quieras, cariño! Ella feliz y yo igualmente.
Algún día ya os contare, mejor dicho cantaré algunas experiencias líricas por esos mundos de Dios y a veces hasta del diablo, que no tienen nada que ver con esta criatura de Dios y a veces muy pocas, y a veces que hasta del diablo
MANUEL ESPAÑOL
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