HORA BRUJA / DESNUDO EN EL MESÓN Y CALADO HASTA LOS HUESOS

Foto: M. Español

Camino por un sendero solitario, montañoso, con árboles y casi sin  casas. El cielo está cubierto de negros nubarrones. Comienza a chispear, a llover con fuerza, y mi gabardina gris y mi gorro australiano también grisáceo se mojan con la misma intensidad que el suelo. Debo buscar refugio, pero los pocos portales existentes están cerrados; tan solo a lo lejos se vislumbra un letrero que dice “Mesón Típico”. Inicio una veloz carrera dentro de mis posibilidades y al cabo de diez minutos llego al local calado hasta los huesos y tiritando de un frío acrecentado por la fuerza del viento. Estamos en el Pirineo oscense, cerca de la ribera del Ebro, es lo normal. En los bolsillos llevo algunos billetes y monedas que me pueden sacar de un apuro. Con cara de susto abro la puerta y entro. Allí está ella, una mujer que se sorprende al verme como si yo fuese una aparición fantasmal. No me da tiempo ni de decir buenos días, ya que nada más entrar estornudo con fuerza repetidamente. Eso sí, el local es acogedor y con una iluminación suficiente como para crear un buen ambiente. Encima del mostrador, pero higiénicamente protegidas, se encuentran cazuelas de callos, de cocidos montañés y madrileño, ensaladilla rusa, calamares en su tinta, croquetas variadas… Vamos, toda una tentación para romper con las normas del endocrinólogo. Pero para eso estoy yo, tanto que hasta Gloria, la mesonera, me lo nota. “¿Pero de donde sale usted así, alma de Dios?”, me dice. “Quítese la ropa y séquese, no sea que le pase como a mi difunto marido, que murió de una pulmonía hace 12 años aquí en este mismo lugar. ¡Huy… y además qué mala cara tiene!”. Me quito la gabardina a la vez que el gorro, me la toma y la retuerce como si fuera una toalla empapada. Afortunadamente el mesón está calentito y empiezo a tener  mejores sensaciones, aunque insuficientes. ¡Pero qué amable es esta señora, oiga. Todo un encanto! Ella sigue mirándome detenidamente, aunque como una inofensiva criatura necesitada de auxilio. “Pero esa camisa, ¡madre mía como está! Fuera, démela también”, me dice. Y me quedo en camiseta y en un momento también sin pantalones ni calcetines y termino con nudismo  total. Ya pueden ustedes imaginar mi situación; de risa y con mucha vergüenza. De repente toma Gloria el teléfono interior conectado con el piso de arriba y dice con aspecto y acento nervioso: “Lolita, hija. ¿Te acuerdas donde está la ropa que guardamos de tu padre, que en paz descanse? (silencio) Pues baja la ropa interior y un albornoz, que creo que le ira bien a este señor ¿Cómo se llama usted? (silencio) Dice que se llama Gabino. Pues eso, baja la ropa para Gabino… Ah, y unas zapatillas de estar por casa. Que no, que a mi no me pasa nada, que no estoy loca todavía. Tu haz rápidamente lo que te diga y no preguntes tanto”. Atento a la conversación telefónica entre madre hija, tapado por una cortina, y del todo desnudito, comienzo a preocuparme. Vaya número, pero para no creerlo… Al momento baja Lolita, una niña muy guapa y con cara de bondadosa, como la madre. Me quedo embobado mirándola y el embobamiento desaparece cuando la chica me dice que tengo un parecido asombroso con su padre (q.e.p.d.). Y me trata con una simpatía muy especial y sin ningún complejo. Mientras me tapo con la cortina con una mano, con la otra me voy poniendo las prendas que me muestran sin mirar de frente y que me encajan un poco estrechamente; vamos, como para filmarlo. Así que bien tapadito y abrigado, comienzo a relajarme. La ropa mojada se la han quedado para secar, y aquí con tan buena compañía me quedo hasta que todo vuelva a la normalidad, no importa el tiempo que necesite, que hoy no tengo prisa alguna, que Jimena me ha abandonado por dos días “sin que sirva de precedente”, según me dijo, y no sé cómo puede acabar la aventura. El caso es que la cara de susto y frío no me ha abandonado del todo, y Lolita le dice a su señora madre que “Gabino, que ya lleva las ropas de papá, parece de la familia. Aún tiene frío y no le hemos ofrecido ni un té o café”. Yo les digo que “aquí estoy muy bien y con una compañía que me da mucho calor. Lo malo es que si vienen clientes y me ven con este aspecto, igual les espanto; claro, que si no molesto abusando de su bondad, podría refugiarme en el piso superior”. Me dicen que no hay problema, que la puerta la han cerrado a fin de evitar problemas. “Además aquí hay mejor calefacción que arriba, y como usted está desnudo…”. Entiendo que el espectáculo no es precisamente agradable, que “ahora que me doy cuenta, la ropa del finado me está más estrecha de lo que imaginaba y en cualquier momento puede saltar la sorpresa. Y como parece que ninguno de los tres tenemos prisa, establecemos una tertulia divertida acompañada de buenas viandas y un vino tinto del Somontano de Barbastro, que resucita. “Nunca hubiese imaginado –suelta Gloria- que iba a pasar lo de hoy. Ha sido tan entrañable y a la vez tan divertido… Si me permites que te tutee, Gabino, te diré que tu cara ya no es la de antes. Pareces divertido y buena persona”. Les comento que no sé cómo pagar tanta bondad y cariño, que espero que en la ropa mojada y ya seca se hayan secado también los billetes y las monedas. Las dos me cortan en seco: “Ni se te ocurra. Este es nuestro modo de vida y en la vida no se trata de ganar dinero, sino de disfrutar de ella. Tu nos has hecho disfrutar”. Lolita apostilla que “otro día te vienes tu con tu mujer y los cuatro lo pasaremos muy bien”. Con la ropa propia seca y con muy buen aspecto, salgo de nuevo a la calle. Luce el sol, se ve animación. Tan  pronto  se ha abierto la puerta del Mesón Típico han entrado clientes. Gloria y Lolita lucen sus mejores sonrisas y yo voy alegre por la calle cantando “Volver”. Por supuesto que volveré.

MANUEL ESPAÑOL

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