A MI MANERA / EL “GORRIÓN DE PARÍS” CONQUISTÓ EL MUNDO











Llegó a vivir en la miseria, Nació en la calle, tenía una voz desgarradora y una presencia muy especial, aun a pesar de su delgadez y  corta estatura. Edith Piaf, quien se diera a conocer en París junto a su padre en actuaciones callejeras, cuando cantó  por vez  primera  con público, erizó la piel a todos los espectadores con La Marsellesa. "El Gorrión de París". murió a los 48 años y aparentaba 60. Fue musa de los más grandes escritores franceses, entre ellos, Jean Cocteau.


La vida de Edith Piaf tan triste como hermosa para ser cierta




Sumida en la mayor de las miserias, alcanzó la fama por aquella voz desgarrada, y su aspecto de gorrión asustado. “Su vida fue tan triste –diría Sacha Guitry, escritor, autor teatral y actor reconocido mundialmente- que resulta demasiado hermosa para ser cierta”. Edith Piaf (1915-1963) era un símbolo que alcanzó la categoría de leyenda, cuando a través de su garganta salían quejidos desgarradores. Ese fatídico día de 1963, lloraba toda Francia, que hora después se enteraría del fallecimiento de un gran escritor, además de académico como fue Jean Cocteau, un hombre que tanta influencia tendría en la vida de la Piaf.

Edith tenía tan solo 48 años cuando desapareció y representaba una mujer de 60. Seis veces estuvo al borde de la muerte, pero siempre sacó fuerzas de flaqueza para demorar ese trágico momento y seguir soñando con sus representaciones ante el publico, un público que siempre le fue fiel, aun después de la muerte. Los que presenciaron sus actuaciones nunca podrán olvidar su figura negra y desgarbada que parecía un pajarito solitario sin atractivo físico. Cuando se apagaban las luces de escenario, Edith Piaf quedaba enmarcada por un solo foco; entonces se crecía de forma desmesurada y aparecía la enorme personalidad de aquella mujer que se forjó desde la miseria. Con su voz y el estilo de una cantante que nunca ha podido ser superada, marcó una época en la canción francesa, en la que día a día impresionaba, entre otras con interpretaciones que hasta hoy, y es de esperar durante muchos años más, como el “Himno al amor”:

“El cielo azul sobre nosotros puede colapsar
Y la tierra bien puede abrirse
Poco me importa, si me amas
Paso del mundo entero
Siempre que el amor inunde mis mañanas
Siempre que mi cuerpo tiemble bajo tus caricias
Poco me importan los problemas
Amor mío por qué me amas
Yo iría hasta el fin del mundo
Yo me teñiría de rubio
Si tu me lo pidieras
Yo bajaría la luna
Me gustaría robar la fortuna
Si tu me lo pidieras

Renegaría de patria
Renegaría de mis amigos
Si tu me lo pidieras
Puede que se rían de mí
Yo haría cualquier cosa
Si tu me lo pidieras

Si un día la vida te separa de mí
Si te mueres que sea lejos de mí
Poco me importa, si me amas
Así pues, yo moriría también
Tendremos toda la eternidad para nosotros
En el azul de la inmensidad
En el cielo no hay más problemas
Mi amor créeme que si nos amamos
Dios junta a los que se aman”.

---------------------------------------
Edith Piaf nació en una calle de París. Su madre, bailarina argelina, no tuvo tiempo de llegar a una clínica, y en plena rúa trajo al mundo a su hija. Era esposa del equilibrista de un humilde circo ambulante. Cuando la niña tenía solo dos meses, esa mujer abandonó el hogar. La pequeña Edith Gassio se crió con su abuela en una casa de mala reputación. Allí fue feliz una temporada, pues aquellas mujeres mimaban a la niña. A los cuatro años perdía la vista; los médicos no encontraban las causas ni el remedio. “Quizás –decían los galenos- se deba a la falta total de vitaminas, a la ausencia de higiene… No hay solución”. Su escasa salud y la escasez de medios económicos no ofrecían esperanzas de curación. Unos pocos amigos reunieron dinero y la llevaron al Santuario de Santa Teresa de Lisieux. Edith siempre pensó que esa iniciativa dio paso al milagro, porque en aquél instante recuperó la vista. Poco después se reunía con su padre y empezaba una nueva vida de desorden en los lugares más sórdidos de París. Con él recorría las calles y mientras “papá” actuaba ella pasaba el platillo. En algunas ocasiones parecía que iba a cantar, pero al final no existía decisión por parte del progenitor ni la suya propia. Sin embargo, un buen día, los resultados económicos llegaban a rebasar las previsiones más optimistas y Monsieur Gasio anunciaba en señal de agradecimiento, que iba a cantar su hija. Llegó a impresionar tanto a los espectadores que produjo grandes escalofríos. A partir de ese momento, la niña de muy corta edad, interpretaba las notas de “La Marsellesa”; de esta manera se cambiaron los papeles; el padre pasaría el platillo. De la miseria comenzaba a surgir una estrella.


Voz natural y rota


Cuando Edith regresaba un día a casa, encontró a su padre con otra mujer y ella no resistió la escena, por lo que huyó de aquel lugar para siempre. Su vida se fue desenvolviendo por las calles de París, pobremente vestida, ganándose el sustento como podía, produciendo así unos ingresos tan escasos, que a veces no llegaban ni para el alquiler de una cama donde pasar la noche.

Durante una de sus actuaciones callejeras, un hombre de aspecto distinguido presenciaba el espectáculo, se trataba de Louis Leplés, director de uno de los cabarets más célebres y fue él quien le propuso actuar en su local de la capital francesa . Edith aceptó y alguien le prestó un vestido negro, pobre y remendado. Con tal atuendo se presentaba ante un público elegante que quedó sorprendido al ver aparecer en el rico escenario la figura vacilante de una joven asustada, casi miserable por su aspecto Ella misma comenzó a cantar, primero con miedo, luego como hacía siempre, olvidándose del público. Su voz salía natural, rota, como una protesta por aquella vida que se había visto obligada a llevar. Entre los asistentes a aquella sesión tan especial se encontraba Maurice Chevalier, que no pudo evitar un comentario entre admirado y burlón: “Parece un gorrión asustado”. Aquel mismo día, Edith Gassio se convirtió para siempre en Edith Piaf. Su carrera se iniciaba firme y ascendente. En poco tiempo, su nombre aparecía con grandes letras junto a Mistinguette, Chevalier, Fernandel y otros.. El empresario que le había “descubierto” cantando en la calle fue más allá de la intuición, tenía la certeza de que esta harapienta muchacha podía ser figura del Olimpia. Pronto actuó en el Circo Medrano, cuyas galas eran entonces muy famosas, obteniendo así éxitos rotundos. Las mejores plumas de Francia escribían para ella: Margueritte Mannot, Raymon Asso, Jacques Bourgeat y el mismísimo Jean Cocteau, que le dedicó en especial un monólogo titulado “El bello indiferente”..

Durante la ocupación nazi siguió actuando e incluso colaboró para salvar a 120 soldados franceses prisioneros en un campo de concentración. Aunque sospecharan de su participación, ni los mismos alemanes se atrevieron a hacer preguntas a la cantante. Al finalizar la guerra volvió al estudio de grabación para lanzar su primer disco tras el conflicto, en el que incluyó “L’accordeoniste”, una de sus canciones más populares. Había sido bendecida por la fama, aun a pesar de que después sufriría un camino duro y tortuoso.

El caso es que en 1949, atendiendo las solicitudes de los empresarios, viajaba a Nueva York. Una vez en la ciudad de los rascacielos su vida sentimental recibió un golpe fatal: el gran amor de la cantante, el boxeador Marcel Cerdan, fallecía en un accidente de aviación cuando iba a reunirse con ella, después de obtener una resonante victoria en París.

Su salud, que siempre estuvo resentida, se hizo cada vez más delicada. Edith Piaf llegó a perder 37 kilos y los médicos le aconsejaron descanso así como una vida más ordenada. A veces se retiraba durante unos meses, si bien el público no le olvidaba. Cuando anunciaba su reaparición, la gente hacía cola en las taquillas para conseguir sus localidades.

La cantante, la diva, no olvidaba sus años de miseria, de soledad. Por eso nunca tenía dinero, a pesar de que cobraba cantidades fabulosas por una sola gala. Recibía el dinero y la misma noche se desprendía de él, a veces para construir una iglesia, otras para ayudar a un pariente o un amigo. Todos podían acudir a ella porque nunca negaba su generosidad. Ella no tenía miedo. Sabía que París era suyo, que podía hacer y deshacer a su antojo, porque siempre la recibiría con los brazos abiertos.

Recordando quizás su pasado, ayudó a todos quienes querían alcanzar la fama. Muchos cantantes le deben el éxito, entre ellos Yves Montand, Charles Aznavour, Eddie Constantine. Fueron sus amigos eternos, hombres y mujeres muy famosos que asistieron y lloraron el día de su muerte.


El tormento del pozo negro


Como si hubiese acabado de salir de un pozo profundo y negro, reconoció su terrible declive: “Yo me he drogado…”, precisó la cantante en unas memorias publicadas por una revista francesa: “Durante cuatro años viví como una bestia. Hay gente que me ha visto con espuma saliendo de mi boca, agarrada a los barrotes de mi cama, reclamando mi dosis… y otros me vieron también en los pasillos de los camerinos poniéndome una inyección de morfina a través de la falda, por no poder esperar más…
Todo sucedió a raíz de un accidente de automóvil ocurrido cerca de Tarascón. Edith Piaf quedó atrapada en un montón de hierros retorcidos, cubierto de heridas, con un brazo fracturado y dos costillas rotas. Para evitar los dolores se dio cuenta que le habían inyectado morfina; pasado su efecto volvieron a hacerlo. Aquello fue la perdición. Cuando volvió a su casa de París no había nadie que pudiera vigilarla: “Me costaba la droga una verdadera fortuna –decía en sus memorias-. Vivía como entre nubes, y entre nubes veía a unos personajes extraños que venían a su domicilio con intenciones cargadas de malicia. “ Ella misma llegó a decir que “no me daba cuenta de que era objeto de robos, sabía que explotaban mi debilidad, pero no podía resistir”.Tres veces ingresó en una clínica de desintoxicación y en ninguna de ellas consiguió corregirse. Hecha casi una piltrafa humana, salía al escenario. Por fin, cuando se encontraba internada en un nuevo intento de curación, Edith Piaf recordó el final de su madre, muerta una noche sola en su habitación, por haberse inyectado una dosis demasiado fuerte de morfina. Así pudo superar su propio fracaso, y después de cuatro años consiguió vencer a esa dependencia tan fatal que le iba minando física y moralmente.Hubo un momento en que el público perdió la confianza en ella. Querían un ídolo intachable. Edith reapareció en el Olimpia con una nueva canción: “Je ne regrette rien” (“No me arrepiento de nada”). París supo recoger el desafío y de nuevo la comprendió. Nada, nadie, podía arrebatarle el liderato..¿Recuerdan la canción? Insuperable en la voz del “Gorrión de París”. Excúsenme, pero para una más clara comprensión, tengo el atrevimiento de ofrecerla con la letra en español. Cada vez que escucho esta melodía mágica en la voz de esta mujer tan irrepetible, siento auténticos escalofríos, cierro los ojos, activo mi imaginación soñadora y levito. Que me perdone Edith Piaf .

Nada de nada, no me arrepiento de nada,
Ni el bien que me han hecho, ni el mal, todo para mi es igual.
No, nada de nada, no me arrepiento de nada,
Esta pagado, barrido, olvidado, ya pasó.
Con mis recuerdos, yo alumbro al fuego
Mis recuerdos, mis placeres, no tengo necesidad de ellos.
Barrido mis amores con sus temblores,
Barridos todos los días, yo vuelvo a empezar de cero.
No, nada de nada, no me arrepiento de nada,
Ni el bien que me han hecho, ni el mal, todo para mi es igual.
No, nada de nada, no me arrepiento de nada.
Por mi vida, por mis alegrías, hoy esto comienza sin ti!


Dos matrimonios


Inesperadamente, en 1952, contraía matrimonio con el cantante Jacques Pills. Aquello duraría muy poco. Edith se empeñó en que debían contratarles juntos, incluso llegaron a cantar a dúo, pero ella superaba a su marido. Las cosas fueron de mal en peor y decidieron separarse; él iría a Estados Unidos en busca de fama y dinero y ella se quedaría en París cosechando los triunfos de siempre. La distancia enfrió la unión y el tiempo hizo el resto. Un año después llegó el divorcio.

Casi al final de su vida conoció a un joven peluquero de origen griego, Theo Sarapo y se casó con él. Nadie entendió entonces su actitud y muchos la criticaron. Pocos comprendieron que Edith Piaf estaba sola, como lo había estado toda la vida, y no tenía prejuicios. Lo que dijeron unas y otros le importaba poco. La única verdad es que volvió a sentirse una niña mimada, al mismo tiempo que mujer, esposa y madre de aquel joven muchacho intensamente enamorado, a quien también ayudó cuanto pudo. Sin embargo, su salud quebrantada desde la infancia no pudo resistir más. Todo ello unido al ritmo de vida que llevaba la bebida, el desorden, la droga, la pasión que ponía cuando cantaba, todo iba terminando con ella. A veces pasaba largas temporadas en los sanatorios y luego volvía a los escenarios hasta la próxima recaída.

Un día, su cuerpo pequeño y agotado no pudo resistir más, y el “gorrión de París” dejó de existir.

Jean Cocteau, académico de la Lengua Francesa, enfermo del corazón, recibía la noticia de la muerte de Edith Piaf en su propiedad de Milly Laforet. A las seis horas de haber fallecido su amiga, decía su propio adiós a la vida. Momentos antes al conocer la noticia, había dicho: “Tenía el presentimiento de la muerte de una persona muy querida. Ese presentimiento se ha hecho realidad”.

La vida de la Piaf, triste, amarga, rodeada de fracasos sentimentales, conmovió a su público, que siempre supo el por qué de aquella voz desgarrada.

Para recordar la imagen del “gorrión de París, basta la descripción que de ella hizo su gran amigo Jean Cocteau: “Miren a esta minúscula persona cuyas manos son las del lagarto de las ruinas, miren su frente de Bonaparte, sus ojos de ciega que acaba de recuperar la vista. ¿Cómo canta?, ¿cómo extrae de su pecho estrecho las quejas de la noche? Ella canta, o más bien a la manera del ruiseñor de abril, ensaya su canto del amor”.



MANUEL ESPAÑOL






Comentarios

Entradas populares de este blog

PIRENA MÁGICA / ULTIMOS CONCIERTOS Y DESPEDIDA ENVUELTA EN APLAUSOS

HORA BRUJA / EL MUDO FANTÁSTICO DE FEDERICO FELLINI

HORA BRUJA / APARIENCIAS TRISTES, SOÑEMOS EN COLOR